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Por Asdrúbal Vargas

Si existe una adagio popular que ejemplifica la psiquis política de Costa Rica, es la emblemática frase del Acta de los Nublados de esperar a que se aclaren los nublados del día, frente a la incertidumbre que la entonces provincia de la Capitanía General de Guatemala sentía frente a una aparente independencia por la cual no había luchado.

Esa cautela y paso mesurado de hacer política se ha visto manifestado en un número importante de capítulos de la historia nacional. En los que enfrentado el país a la difícil realidad de las circunstancias, han hecho que la ruta predilecta sea posponer en la medida de lo posible la implementación radical de medidas de ambos lados de la balanza.

Si bien esta mesura da espacios de diálogo nacional antes de precipitarse en tomar decisiones, ha permitido hitos históricos difíciles de imaginar en otros países. Como la alianza entre la Iglesia Católica, el Partido Comunista y los Socialcristianos en la década de los cuarenta. Pero también ha impactado profundamente la implementación de reformas económicas y sociales que por años llevaron posponiendo, como la implementación real de las leyes complementarias al Tratado de Libre Comercio suscrito con los Estados Unidos o la necesaria reforma de un régimen de pensiones cuyos estudios actuariales no pueden ser más vehementes en demostrar que las pensiones de toda una generación no existirán bajo el modelo actual.

La mentalidad de patear el problema hacia el futuro existe en prácticamente todos los problemas estructurales que enfrenta el país. Erosionando con el paso de los meses las fibras mismas de la institucionalidad costarricense, su competitividad en los mercados internacionales y aún más grave, la calidad de vida de sus habitantes. Para quienes escuchar mes a mes el aumento de las cifras de desempleo se ha vuelto tan común como escuchar el pronóstico del tiempo.

Lo más grave de la normalización del titubeo político -que espera a que se aclaren los nublados del día- es que los nubarrones opacan las verdaderas razones por las que en muchos casos se posponen las decisiones que el contexto demanda. Por años, cada gobierno le ha heredado al gobierno siguiente el costo de no querer resolver temas álgidos con el fin de no agotar su capital político inmediato. El compromiso con sectores que ostentan poder fáctico sobre tomadores de decisión, y el costo reputacional en el corto plazo que representa para un gobierno exponer la necesidad de abarcar estos problemas, ha generado un incentivo perverso. En el cual sigue saliendo más barato para cada tomador de decisión hipotecar el futuro de generaciones enteras a través del endeudamiento y la expoliación al sector privado a cambio de cerrar con el mejor daño posible sus períodos de cuatro años.

El covid-19 no ha hecho más que forzarnos a tomar una pausa para evidenciar esos problemas estructurales que ya estaban ahí. Evidenciando, principalmente durante el mes de septiembre, uno de los juegos más delicados que han venido teniendo cada gobierno reciente: el balance entre los ingresos de un país y sus gastos.

Si bien la pandemia agravó la situación macroeconómica del país, sería un insulto a la inteligencia ciudadana creer que el desbalance que existe entre los ingresos y gastos son un brote de la pandemia actual y no la consecuencia de una administración que continúa financiando inconstitucionalmente gasto corriente del Estado con deuda. Deudas cuyos intereses ya estuvieron al inicio de este período presidencial al borde de ponernos en default, que valieron para obtener un voto de confianza de los partidos políticos de oposición para publicar una nueva reforma fiscal y que hoy nos vuelve a poner a la puerta de la amenaza de nuevos impuestos para una ciudadanía que ya no puede tributar más.

Es por eso que, en cuanto al análisis de este mes, es crucial tomar el momento para entender cómo este cóctel de variables ha incidido en el convulso clima de descontento popular que ha tenido en medio de una crisis sanitaria a una parte considerable de la población protestando en las calles y elevando ya el tono de las demandas y reclamos a quienes gobiernan el país. Como se analizó en pasadas ediciones de este reporte, el gobierno ha quedado debiendo por completo en tomar medidas económicas paliativas para desacelerar el desempleo, el cierre de negocios y la desesperación de muchas familias para las que de la noche a la mañana su principal fuente de ingresos desapareció.

Incluso este gobierno tuvo la facultad de convocar en período extraordinario esas medidas y proyectos con el apoyo de la oposición, en el período de sesiones extraordinarias. La falta de liderazgo para lograr consensos y la ausencia de una agenda concreta real evidenció que no existe tal cosa como un rumbo político definido, sino que una ya agobiante administración del día a día improvisada.

Lo más grave de estar en situaciones así es cuando las crisis se topan con el fin del camino y un país entero se da cuenta que no hay más espacio para seguir pateando las decisiones impostergables. Quedando en evidencia la herida enorme que ha dejado sobre las finanzas públicas esperar a que se aclaren los nublados en lugar de enfrentar cada tormenta política.

Enfrentando hoy las puertas de un nuevo default, el país ha erosionado su confianza en los organismos internacionales financieros que hoy exigen cambios estructurales frente a los que la respuesta del gobierno y algunos sectores es la de trasladar nuevamente el costo de la irresponsabilidad política a toda la ciudadanía vía impuestos, desde el sector productivo que genera los recursos del país, hasta al ciudadano común que recibe una transferencia electrónica. Esto ha provocado una ola de descontento popular que ha generado una olla de presión social y rechazo a las medidas propuestas, frente a la que hoy el equipo económico del gobierno dice que se tomarán todo el tiempo que sea necesario para presentar una propuesta políticamente viable al Fondo Monetario Internacional. De seguir posponiendo las decisiones, creo que estaremos analizando durante los próximos meses una confrontación social sin precedentes que solo profundiza más las consecuencias para quienes las viven en carne propia.