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OPINIÓN - Tolerancia y libertad
  • Óscar Álvarez Araya

  • 14 de Junio, 2016

La intolerancia ha estado presente y ha sido uno de los rasgos fundamentales de la historia humana.

En la China Antigua Confucio enseñaba una sabiduría del justo medio en la que se promovía la tolerancia como uno de los valores esenciales. En la misma época pero en Nepal el Sakyamuni Buda dijo que el mejor gobernante era el que ‘’al comenzar la guerra predicaba la tolerancia y la misericordia”.

En la Atenas clásica Pericles pronunció su célebre “Oración Fúnebre” destacando a la tolerancia como uno de los valores fundamentales de la democracia, junto a la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Mucho tiempo después John Locke, el Padre del Liberalismo, escribió sus “Cartas sobre la tolerancia” en las que promovía el estado laico y la tolerancia religiosa, excepto curiosamente frente a los ateos y católicos, a los que consideraba extremadamente peligrosos e intolerantes.

El gran Voltaire también escribió un “Tratado de la tolerancia” que publicó en 1763 y fue un adversario del fanatismo y de la intolerancia. Se puede decir que defendió la tolerancia por encima de todo. Se le recuerda por sus célebres palabras: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, que conectan a la tolerancia con la libertad de expresión.

En América Thomas Jefferson, autor principal de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, se definió por la tolerancia en los siguientes términos: “Tolero con la máxima amplitud el derecho de otros a que sus opiniones difieran de las mías” y “Jamás me inclinaré a través de las palabras o las acciones ante el templo de la intolerancia”. Muy importante su contribución al tema destacando que la tolerancia no es solamente un asunto de palabras o conceptos sino también de acciones.

Recientemente el Decimocuarto Dalai Lama y Premio Nobel de la Paz, sobre la base de su experiencia personal y política, ha destacado la importancia de contar con un enemigo para lograr la práctica de la tolerancia. Es decir alguien completamente diferente y adverso que nos permita aprender a tolerarlo. Suponemos que se refería en su caso al régimen chino.

En América Latina, el escritor y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa ha dicho en uno de sus múltiples textos que “la tolerancia es difícil entre españoles y latinoamericanos… que tenemos una tradición dogmática e intransigente tan fuerte”. Y que por ello la tolerancia “debería ser la virtud más apreciada entre los liberales”.

Coincido totalmente con el autor. Lamentablemente, aunque la tolerancia ha sido y es un concepto y un valor esencial en el discurso filosófico y político del liberalismo, con frecuencia los liberales de carne y hueso se apartan de tal valor sobre todo en la práctica y el problema es particularmente agudo en Iberoamérica, sin olvidar los excesos memorables de la Revolución Francesa. Por ello el lema de dicha revolución debió ser: tolerancia, libertad, igualdad y fraternidad, como lo habría deseado Pericles y para evitar el camino autoritario y sangriento de Robespierre y Bonaparte.

Toda lucha por una causa puede eventualmente terminar en dictadura si se hace desde la intolerancia.

La intolerancia no es exclusiva de ninguna ideología, religión, secta o movimiento político. Hemos visto a la intolerancia hablando en nombre de la raza aria, del proletariado, de la razón de estado, de alguna nacionalidad o credo espiritual. La intolerancia no duda, no titubea, no analiza, no permite. Y por supuesto ni siquiera hace crítica en el sentido kantiano del término.

Divide al mundo en blanco y negro. Desconoce los matices. Se lanza desbocada y dispuesta a cortar cabezas.

Sin una sana crítica a la intolerancia, la lucha por la libertad o por la igualdad puede degenerar en el extremismo, el fundamentalismo y la dictadura, algo que deberíamos evitar los auténticos amigos de la libertad.

La intolerancia no debería ser parte de los movimientos que buscan las libertades individuales.

Es curioso que espíritus que pregonan el “dejar hacer, dejar pasar”, es decir permitir, tolerar, dejar que otros hagan su vida y tengan sus ideas diferentes a las mías y convivir en paz y concordia con ellos, digo que es curioso que esos espíritus a veces tengan dificultades para permitir o tolerar a sus colegas liberales tan cercanos en el espectro de las ideas filosóficas, económicas y políticas.

En lugar de buscar el consenso, las múltiples coincidencias entre amigos de la libertad, con frecuencia se destaca, se magnifica y se pone énfasis en la diferencia, en el punto de discordia, lo cual complica las posibilidades de una acción coordinada y conjunta. Y así mismo nos revela como intransigentes, dogmáticos e intolerantes ante el público y los representantes de otras corrientes de pensamiento.

De manera que, respetando la diversidad de puntos de vista, es necesario también construir el consenso liberal para lo cual hay que continuar promoviendo y defendiendo como método a la tolerancia para que junto a la libertad, sean tanto en la teoría como en la práctica valores propios y esenciales del liberalismo.

Sin tolerancia no hay libertad, ni paz, ni auténtico liberalismo.

Imagen del artículo – © Clyde Robinson, Flickr