Roberto Brenes P.
6 de Julio, 2020
“A nation of sheep, begets a government of wolves”
Edward R. Murrow
Para bien o para mal, la pandemia ha sido una educación irrepetible. Si no fuera por la pandemia, nunca hubiéramos vivido las lecciones de privaciones físicas y emocionales de la cuarentena. Quizá nunca hubiéramos aprendido tanto sobre términos como contagio, letalidad, asintomático y el novedoso concepto de “inmunidad del rebaño” que contrario a la lógica, predica que entre más nos contaminemos mejor estaremos todos.
Del otro lado, la pandemia ha sido la excusa y el telón de fondo de reprobables conductas policiales, innecesaria altanería, falta de respuestas claras, regaño diario, normas zigzagueantes y por encima de todo la falta de acción enérgica ante el saqueo de los recursos públicos. Allí, el rebaño se ha comportado como ante el COVID 19; recluidos, temerosos y dóciles ante “el gran hermano”.
Parece que en estos meses de cuarentena hemos visto la evolución de dos virus paralelos, el virus que atenta contra nuestra vida y el que atenta contra nuestro espíritu, nuestras libertades y nuestro código moral. Frente a la amenaza biológica hemos sido obedientes, demasiado obedientes diría, habida cuenta la nube de decretos irreflexivos cotidianamente contradictorios. Pero, a fin de cuentas, aunque vemos otras realidades exitosas en otros países, damos el voto de confianza a la labor del MINSA.
Sin embargo, con la pandemia se ha prendido el engreimiento, el abuso, la opacidad y la corrupción. Un virus conocido de antes, muy contagioso y que parece fortalecerse cada quinquenio. Ahora, el “enfant terrible” del Palacio de las Garzas, le roba protagonismo al MINSA y no por las mismas razones. Pero, aparte de un par de pailazos, no ha pasado ni pasará nada.
Además, ¿qué podemos decir de la falta de prioridades y de claridad en un plan de recuperación? El gobierno, se ha puesto de primero en la fila para cobrar y que cobren los suyos. Mientras que los particulares, formales e informales, se rompen el alma para retener empleos o simplemente para sobrevivir, el gobierno manda a la casa su abultada e ineficiente planilla, sin reducirle un real a nadie. Encoger el Estado no es para que ahorren la plata, es para ponerla donde la plata vale y crece, en el sector productivo. Hay que ser muy oveja, para ni siquiera insinuarle al gobierno su falta de solidaridad, y que por favor ponga los bueyes delante de la carreta, para que saquen a la economía del hueco donde está.
Es asombroso advertir las similitudes inversas de estos dos bichos. Con el COVID19 se mueren los viejos. Ante la corrupción y el desgreño, los que gritan y patalean son los mismos viejos que datan de la Cruzada Civilista. El resto de la población no ha mostrado ni un rasgo de enfado; clínicamente asintomáticos al abuso y a los señalamientos de robadera. Ante este este virus, el rebaño está inmune. Pero a diferencia del COVID19, la inmunidad ante este otro bicho, es terrible para el desarrollo económico, humano, el estado de derecho y la vida en sociedad.
Ahora, en las condiciones clínicas ya descritas, el rebaño va a enfrentar un reto inesperado. La pandemia ha impactado irreversiblemente las finanzas de la Caja del Seguro Social. No se puede postergar una reforma radical. A menos, que como corre por allí, fusionen los sistemas de pensiones, uno nuevecito que data del 2005 y el viejo sistema de reparto que quedó a la suerte de dos gobiernos que no hicieron nada. La fusión de los dos sistemas despojaría a más de 700 mil cotizantes de sus ahorros propios para diluirlos en la masa deficitaria del viejo sistema y seguir pateando la lata, sin enfrentar la dura realidad de los ajustes indispensables. ¿Será que entonces, el rebaño dejará de asustarse con el perro y le tomará carrera al pastor, exigiendo sus derechos?
El autor es Director de la Fundación Libertad